Desde fuera,
la percepción resbala sobre las cosas sin tocarlas

Isabel Bonafé

26.01.2024 – 11.04.2024

La casa y el emplazamiento que ocupa Espacio Derivado es una suerte de caja de resonancia del pasado. Como edificio histórico que es, mediante su piel y su estructura, se encuentra facultado para desencadenar un torrente de información, cual palimpsesto, del último siglo. Las catas arqueológicas acometidas en el proceso de rehabilitación del inmueble vinieron a arrojar aún más luz sobre el pasado de la ciudad y sus habitantes: aquello sumido en la oscuridad de lo subterráneo, sepultado o simplemente ocultado por estratos superiores, que responden a tiempos más cercanos, puede ayudar a conocer y completar las muchas y diversas imágenes que hemos construido del pasado. De hecho, “imaginar” tiene como sinónimos fabular, inventar, suponer, figurarse, proyectar o, entre otras, crear, a veces siguiendo unos indicios o prácticamente ex nihilo, desde la nada, desde el vacío, desde la caverna, desde la oscuridad.

Hasta la apertura de Espacio Derivado, en el que se aúnan las funciones de residencia y galería/espacio cultural, la Casa Espiau quedaba reservada al conocimiento más profundo e íntimo de quienes la moraban. No sería exagerado señalar que esa caja de resonancia estaba oculta en su profundidad y riqueza, apenas conocida la fachada y algún pormenor más. La propuesta de Isabel Bonafé, Desde fuera, la percepción resbala sobre las cosas sin tocarlas, parece correr paralela, tal vez mimetismo o inspiración mediante –sin duda, respeto por el marco-, al sentido que hemos proyectado desde estas líneas sobre Espacio Derivado y su sede, la Casa Espiau. Y es que, la artista interviene en el interior de un modo tan mínimo como trascendental. Sabedora que el espacio es un cúmulo de susurros, apenas introduce cuatro piezas y sume en la absoluta oscuridad tres estancias. Con ello, alumbra varias instalaciones ambientales, absolutamente envolventes, en las que estamos obligados a una continua experimentación del espacio a través de nuestro cuerpo en movimiento y en relación a la luz puntual que funda esas piezas que pueblan, esperándonos, la espesa y negra soledad. Estas piezas, más allá de ser el corazón de esos environments, que se apoderan desde su levedad del espacio transformándolo en misteriosos ambientes, podrían ser definidas como dispositivos de percepción, puesto que nos aseguran un autentico viaje perceptivo o, si se nos permite, metaperceptivo, ya que la experiencia acabará tornándose en un aprendizaje acerca de nuestra percepción a través de ella. La luz puntual y los materiales sencillos y frágiles con los que Bonafé materializa estas piezas, como el papel y el poliéster, convierten esa experiencia en un auténtico ejercicio de revelación, ya que ante esos dispositivos, como en una suerte de mise en abyme, nos descubrimos descubriendo, y –lo que es aún más importante- descubriéndonos. Pura revelación.

Y si hablamos de viaje se debe a que, como tal experiencia que recibe ese nombre, existe un origen y un destino, en caso contrario hablaríamos de deriva. Bonafé traza un meditado itinerario por el espacio en el que pasamos de ser reclamados como sujetos perceptivos, como indispensables agentes para la existencia y sentido de la obra y de la estrategia encerrada en ella, a sumar a esta condición, que permanece inalterable según llegamos al final de la singladura, el de objeto de la percepción. En la mejor tradición barroca, Bonafé nos convierte en representación, en pura y mera apariencia, indagando, en estos tiempos de virtualidad, simulacro e IA, en el estatuto de las imágenes. Pocas veces la imagen ha sido tan esquiva y huidiza como en nuestro tiempo, aunque ese asunto preocupó y ocupó en el Barroco. Así, tras haber deambulado en torno a los haces de luz de la primera sala, en la que asistimos, en función a nuestra posición, al juego fluctuante de la aparición y desaparición de imágenes tan especulares como espectrales, arribamos al final de trayecto para encontrarnos con nosotros mismos, devenidos reflejos u hologramas. Somos testigos de la aurora y el ocaso de algunas imágenes motivadas por nuestra actitud ante la luz que baña el maleable poliéster con el que Bonafé, desde lo material, obra el simulacro visual. En tiempos hipertecnológicos, la virtualidad, tantas veces identificada como producto de lo digital, se logra mediante lo manual y elemental.

 

Entre trampantojos y efectos visuales que acompañan la experiencia, Bonafé sigue interrogándose por conceptos como la materia táctil y lo inmaterial o intangible; lo bidimensional y lo tridimensional; lo visible y lo invisible; lo superficial y la esencia; la luz y la oscuridad; la materialidad y la virtualidad; o el objeto y la apariencia. Un auténtico cuestionamiento llamado a poner en crisis o, cuanto menos, a arrojar sombras acerca de una relación binaria de esos conceptos. Paradigma del simulacro y del trampantojo, al margen de los efectos visuales que articulan la exposición, puede considerarse la piedra que aparece en distintas piezas o dispositivos. Sí, piedra, en singular, a pesar de la multiplicidad. Y es que las distintas piedras son la construcción tridimensional, mediante papiroflexia, de una impresión fotográfica de la superficie de una piedra concreta, fetiche perdido de la artista que recrea, cual encomio de Sísifo, en cada uno de esos simulacros pétreos. Por todo ello –y por más argumentos que desfilarán a continuación-, la enunciación del Barroco no se antoja gratuita. En la última estancia, Bonafé construye un escenario circular, como el mundo, cercado por un cortinaje cual telón teatral o tramoya. En su centro, como en las tablas de un escenario, se produce la representación, la nuestra, de modo que nos desdoblamos y asumimos esa doble condición de sujeto y objeto. Tal vez sea ése, como fin del trayecto, el instante eterno en el que se produce la epifanía o la revelación.

Bonafé emplea en Desde fuera, la percepción resbala sobre las cosas sin tocarlas el caudal lumínico, en unión con unos materiales y su configuración, como principio de activación y transformación del espacio y de nuestro propio proceso perceptivo. En el conjunto de dispositivos o intervenciones para esta exposición, la luz no se representa sino que está presente, es el paradójico e intangible material que altera y desquicia nuestras certezas perceptivas, al tiempo que acaba corporeizándose, convirtiéndose en interfaz. Hay implícita en su práctica una dimensión ambiental, ya que propone experiencias de inmersión gracias a sus instalaciones de carácter lumínico que transforman los espacios. Al señalar la idea de viaje se acepta la naturaleza procesual de la recepción y aprehensión de sus obras, ya que requieren de un tiempo de experimentación y de un espacio que nos envuelva y en el que, abandonando un rol contemplativo, nos veamos impelidos a movernos para descubrir lo fluctuante de nuestra percepción. Sus dispositivos niegan la instantaneidad, lo concluso y prístino de la percepción, que conduciría a una especie de eidetismo. Incorporan, por tanto, lo fenomenológico, nuestra relación continuada y cambiante con el objeto, propiciando una trascendental y luminosa toma de conciencia –ese descubrir descubriendo y descubriéndonos que anteriormente formulábamos-. Bonafé consigue desafiar nuestras facultades perceptivas y los límites entre lo material e inmaterial, generando profundas paradojas que nos suspenden y motivan la necesidad de entender cómo opera la estrategia empleada por ella. Mediante la puesta a prueba de los procesos perceptivos intenta revelarnos cuán fluctuantes son y cómo, aunque secularmente los sentidos hayan sido señalados como vía para el engaño, lo sensorial y sensual desencadena la comprensión y, por ende, el concurso de la razón.

Según se abandona la oscuridad propiciada por la artista, convirtiendo Espacio Derivado en el negro azogue de un espejo, y tras enfrentarnos y reflejarnos en los dispositivos de percepción de Bonafé, se entiende tanto la sistemática vinculación de lo revelado con la metáfora de la luz que desvela lo oculto, así como que los viajes más trascedentes son aquellos en los que se encuentra uno mismo.

Juan Francisco Rueda